viernes, 28 de octubre de 2011

Monoformas

en agradecimiento a las palabras deudoras

Temprano se forman en el lugar correspondiente, dicen lo que tienen que decir en un acto autómata y sordo, cuyo único objetivo es reproducir esa infinita imagen congelada que mueve el mecanismo del sentido, semejante a una catapulta que lanza interminablemente objetos al vacío.

Se extiende ante ellos la panoplia de lo mismo, para elegir una armadura confortablemente incomoda, despojo de su singularidad y protección de la carencia sospechosa que atenta contra la garantía de una existencia excepcional repartida a todos por igual.

En la impostura de un elegante discurso incluyen la afirmación del rechazo necesario hacia un otro imposible de someter al yugo de la felicidad; un extranjero atado a un prehistórico recuerdo, perdido para la memoria pero alojado en el olvido observador de expectación furtiva, aguardando el momento de la aniquilación, propia de un depredador certero de saña criminal, que a su vez vive amenazado por el peligro latente de ser despojado de sus preciadas insignias otorgadas por la voluntad del sometimiento, sostén de la frágil fortaleza de espejismos, susceptible de ser derribada por el filo de las palabras malditas que agujeran la mentira y hacen surgir la silenciosa incertidumbre de la acción.


Doctor Veneno

Interfectorum

en memoria de los muertos que han sabido vivir

Ondulante ráfaga de estupidez
mueve molinos de locura,
creando motivos de vida con avidez
de monótona dulzura.

Atravesados por el hilo de identidad,
los muertos aprenden a hablar.
Armados de exquisito repertorio verbal
se reclaman almas bellas tragadas por la vanidad.

Disputada en grave multitud
se reparte la bondad,
haciendo del eco vacío promesa de virtud
que extravía a la verdad.

Albricias centellean sobre el paraje
de podredumbre en este eterno viaje,
donde redoblan al llamado nuevamente los tambores
en esta bella tierra de cándidos terrores.


Doctor Veneno